"Siempre seguí la misma dirección,
la difícil, la que sigue el salmón."
Escuché mil veces el cliché del
emprendedor que rema y se esfuerza. Siempre me molestó esa mítica. En cualquier
conferencia o workshop medio pelo hay gurúes (de dudosa procedencia) diciendo
lo difícil que es esta tarea de crear una empresa, casi desalentándonos a
hacerla. Para no caer en lo mismo que dicen todos, mi historia de desincentivo tiene
que ver con el Estado, esa máquina que pone palos en la rueda continuamente en
pos de la igualdad y la justicia.
Hace casi dos años que venimos
trabajando con NETI, dándole forma a la primera empresa totalmente privada,
independiente, que promueve el movimiento maker. Una movida cuyo espíritu es
igualar. Igual mediante la producción y el progreso. Poner conocimiento y
herramientas en manos de quienes tienen ideas.
Nuestro diferencial, desde el
inicio, lo planteamos a través el profesionalismo y la formalidad. Sin dejar de
ser descontracturados, nos preocupamos por las formas, por cumplir con clientes
y proveedores y por encarar este proyecto con la mayor rigurosidad legal
posible. A a diferencia de la mayoría de iniciativas similares que se acercan
más al club de amigos que a una empresa, nosotros decidimos tener abogados,
contador, inscribirnos en IGJ, en AFIP, y ese tipo de cosas que hace alguien
que roza lo inconsciente.
El trajín empieza, como sabíamos,
con la lucha con (o contra) la Inspección General de Justicia (IGJ). Este paso es
turbio desde el inicio. Hay un trámite normal y uno rápido. El rápido tarda unas 3
semanas en salir (y el costo es 4 veces el anterior). El normal no se sabe
cuánto tarda, en general lo demoran para que la gente no lo haga. Es más, desde
que la IGJ fue camporizada, no hay reglas
claras de procedimientos. Además, la IGJ solicita bloquear el 20% del capital
social durante el proceso del trámite. Es decir, mientras los chicos de la
Cámpora juegan a la play y ven si te aprueban o no la creación de tu empresa,
otros chicos de la Cámpora, que manejan el Nación, te biciletean la plata que
los primeros te obligaron a depositar (y que no rinden ni siquiera un interés
básico). Peor aún, para coronar la estafa estatal, te cobran el trámite de
depósito y extracción en concepto de uno-vaya-a-saber-qué.
A esta altura, ya estaba prefiriendo
ir a andar en bici por La Boca y cruzarme con el motochorro. Me parece más
digno que me roben así.
Luego de la primera sesión de vejaciones
estatales, siguió el villano del nivel dos: la AFIP. Asesorados por nuestro
abogado y contador, luego de certificar N papeles por escribano, voy en mi primera
peregrinación a AFIP.
Al llegar, me atiende una
señorita muy amable que toma todos mis papeles, saca un resaltador rosa y se
pone a subrayarlos, sin mediar palabra. Luego de un par de minutos me dice: “Te
falta todo esto”, y anota de su puño y letra una lista de 6 ítems. Desconcertado,
salgo, llamo a mis asesores y me dicen casi a coro “Si, es que depende de la
agencia de la AFIP que te toque y del empleado que te agarre los papeles”. O
sea, si se quiere ser un poco más sincero (o más hiriente), depende de la cara
de boludo que te vean cuando presentás las cosas.
Como soy cabeza dura, y no
pensaba caer en la tentación de palanquear el trámite usando unos cuantos devaluados
Rocas (Evitas jamás), volví a por los papeles que faltaban, no sin antes la
parada obligada en la escribanía. Que para esa altura ya le había pagado un par
de cuotas del colegio privado bilingüe a los hijos de la Dra.
Papeles en mano de nuevo (y
listita de puño y letra de la señora de AFIP con los faltantes), me sentía un
campeón. Llego nuevamente, a las 15.55hs (5 minutos antes del cierre), anuncio
mi trámite y la señora (la misma que antes) me dice: “Uh, qué divertido, llegás
5 minutos antes del cierre”, con unas pocas veces vistas ganas de trabajar.
Revisa mis papeles nuevamente y me anuncia lo peor: “Te faltan tres
certificaciones más”. Hago notar que no estaban en la lista que ella había
realizado y responde lo peor: “No tengo la obligación de escribirte todo, para
eso están las regulaciones que son públicas”. Amablemente, me levanto al grito
de “son una máquina de impedir” y descargo (casi) toda mi ira maldiciendo al
Estado, su burocracia y sus empleados.
Llamo nuevamente a mi abogado
quien me hace notar que me había tocado una delegación de AFIP complicada. Gran
hallazgo. Me anuncia, para que me calme un poco, que no me preocupe. Que uno de
los papeles que me pedían de más, lo iba a tener que hacer igual porque la IGJ
me había rebotado el trámite. Así que había que firmar todo de nuevo. Me quedo
más tranquilo (¿?), no sólo me sodomiza la AFIP sino que, a la vez, la IGJ.
Tercer intento. No podía fallar.
Todos me decían que no había otro documento posible para presentar. Ahora sí
era un campeón. Llego a la oficina de la señora de AFIP, muestro todo. Lo
revisa. Lo analiza. Agarra todos los papeles. Va al fondo a hablar con alguien.
Sudo. Vuelve. Me dice, “este documento no está certificado”. “Señora, es un
documento original”, digo. “Si, y tiene que estar certificado”. La miro con
cara de odio, frustración, desidia, pienso muy fuerte en Bombita, de la peli
Relatos Salvajes. Me acuerdo que soy un cabeza dura y le voy a ganar al
sistema.
Corro al escribano a que
certifique ese documento. La escribana me dice “Vas a creer que estamos en
complot con AFIP”. Jodeme, nunca se me había ocurrido en las últimas cuatros
veces que te vi y dejé un par de alquileres por vernos firmar. Vuelvo corriendo
a AFIP. Me dan el CUIT. Lloro de emoción. Mando el mail al abogado, al
contador, a mis socios, a mi viejos y a todos los que me están mirando.
El contador me responde “Felicitaciones,
ahora tenés que inscribirte en la AGIP y, para facturar, hacer otro trámite en
AFIP”. A esta altura coqueteo con un
ACV, la presión por las nubes.
Si me pasa algo, no miren ni a
oriente ni al norte. Miren a la AFIP.
Alejandro Repetto
@ajmrepetto
PS: lo único lindo que saqué de
esta experiencia es que me hice un poco más libertario. La inutilidad suprema
del estado está a la vista. Sueño mucho con Nozick y Rand