lunes, 6 de octubre de 2014

Emprendiendo a pesar del Estado

"Siempre seguí la misma dirección,
la difícil, la que sigue el salmón."

Escuché mil veces el cliché del emprendedor que rema y se esfuerza. Siempre me molestó esa mítica. En cualquier conferencia o workshop medio pelo hay gurúes (de dudosa procedencia) diciendo lo difícil que es esta tarea de crear una empresa, casi desalentándonos a hacerla. Para no caer en lo mismo que dicen todos, mi historia de desincentivo tiene que ver con el Estado, esa máquina que pone palos en la rueda continuamente en pos de la igualdad y la justicia.

Hace casi dos años que venimos trabajando con NETI, dándole forma a la primera empresa totalmente privada, independiente, que promueve el movimiento maker. Una movida cuyo espíritu es igualar. Igual mediante la producción y el progreso. Poner conocimiento y herramientas en manos de quienes tienen ideas.

Nuestro diferencial, desde el inicio, lo planteamos a través el profesionalismo y la formalidad. Sin dejar de ser descontracturados, nos preocupamos por las formas, por cumplir con clientes y proveedores y por encarar este proyecto con la mayor rigurosidad legal posible. A a diferencia de la mayoría de iniciativas similares que se acercan más al club de amigos que a una empresa, nosotros decidimos tener abogados, contador, inscribirnos en IGJ, en AFIP, y ese tipo de cosas que hace alguien que roza lo inconsciente.

El trajín empieza, como sabíamos, con la lucha con (o contra) la Inspección General de Justicia (IGJ). Este paso es turbio desde el inicio. Hay un trámite normal y uno rápido. El rápido tarda unas 3 semanas en salir (y el costo es 4 veces el anterior). El normal no se sabe cuánto tarda, en general lo demoran para que la gente no lo haga. Es más, desde que la IGJ fue camporizada, no hay reglas claras de procedimientos. Además, la IGJ solicita bloquear el 20% del capital social durante el proceso del trámite. Es decir, mientras los chicos de la Cámpora juegan a la play y ven si te aprueban o no la creación de tu empresa, otros chicos de la Cámpora, que manejan el Nación, te biciletean la plata que los primeros te obligaron a depositar (y que no rinden ni siquiera un interés básico). Peor aún, para coronar la estafa estatal, te cobran el trámite de depósito y extracción en concepto de uno-vaya-a-saber-qué.

A esta altura, ya estaba prefiriendo ir a andar en bici por La Boca y cruzarme con el motochorro. Me parece más digno que me roben así.

Luego de la primera sesión de vejaciones estatales, siguió el villano del nivel dos: la AFIP. Asesorados por nuestro abogado y contador, luego de certificar N papeles por escribano, voy en mi primera peregrinación a AFIP.

Al llegar, me atiende una señorita muy amable que toma todos mis papeles, saca un resaltador rosa y se pone a subrayarlos, sin mediar palabra. Luego de un par de minutos me dice: “Te falta todo esto”, y anota de su puño y letra una lista de 6 ítems. Desconcertado, salgo, llamo a mis asesores y me dicen casi a coro “Si, es que depende de la agencia de la AFIP que te toque y del empleado que te agarre los papeles”. O sea, si se quiere ser un poco más sincero (o más hiriente), depende de la cara de boludo que te vean cuando presentás las cosas.

Como soy cabeza dura, y no pensaba caer en la tentación de palanquear el trámite usando unos cuantos devaluados Rocas (Evitas jamás), volví a por los papeles que faltaban, no sin antes la parada obligada en la escribanía. Que para esa altura ya le había pagado un par de cuotas del colegio privado bilingüe a los hijos de la Dra.

Papeles en mano de nuevo (y listita de puño y letra de la señora de AFIP con los faltantes), me sentía un campeón. Llego nuevamente, a las 15.55hs (5 minutos antes del cierre), anuncio mi trámite y la señora (la misma que antes) me dice: “Uh, qué divertido, llegás 5 minutos antes del cierre”, con unas pocas veces vistas ganas de trabajar. Revisa mis papeles nuevamente y me anuncia lo peor: “Te faltan tres certificaciones más”. Hago notar que no estaban en la lista que ella había realizado y responde lo peor: “No tengo la obligación de escribirte todo, para eso están las regulaciones que son públicas”. Amablemente, me levanto al grito de “son una máquina de impedir” y descargo (casi) toda mi ira maldiciendo al Estado, su burocracia y sus empleados.

Llamo nuevamente a mi abogado quien me hace notar que me había tocado una delegación de AFIP complicada. Gran hallazgo. Me anuncia, para que me calme un poco, que no me preocupe. Que uno de los papeles que me pedían de más, lo iba a tener que hacer igual porque la IGJ me había rebotado el trámite. Así que había que firmar todo de nuevo. Me quedo más tranquilo (¿?), no sólo me sodomiza la AFIP sino que, a la vez, la IGJ.

Tercer intento. No podía fallar. Todos me decían que no había otro documento posible para presentar. Ahora sí era un campeón. Llego a la oficina de la señora de AFIP, muestro todo. Lo revisa. Lo analiza. Agarra todos los papeles. Va al fondo a hablar con alguien. Sudo. Vuelve. Me dice, “este documento no está certificado”. “Señora, es un documento original”, digo. “Si, y tiene que estar certificado”. La miro con cara de odio, frustración, desidia, pienso muy fuerte en Bombita, de la peli Relatos Salvajes. Me acuerdo que soy un cabeza dura y le voy a ganar al sistema.

Corro al escribano a que certifique ese documento. La escribana me dice “Vas a creer que estamos en complot con AFIP”. Jodeme, nunca se me había ocurrido en las últimas cuatros veces que te vi y dejé un par de alquileres por vernos firmar. Vuelvo corriendo a AFIP. Me dan el CUIT. Lloro de emoción. Mando el mail al abogado, al contador, a mis socios, a mi viejos y a todos los que me están mirando.

El contador me responde “Felicitaciones, ahora tenés que inscribirte en la AGIP y, para facturar, hacer otro trámite en AFIP”.  A esta altura coqueteo con un ACV, la presión por las nubes.

Si me pasa algo, no miren ni a oriente ni al norte. Miren a la AFIP.

Alejandro Repetto
@ajmrepetto



PS: lo único lindo que saqué de esta experiencia es que me hice un poco más libertario. La inutilidad suprema del estado está a la vista. Sueño mucho con Nozick y Rand

miércoles, 18 de junio de 2014

Las patentes no son lo que solían ser (Tesla tenía razón).


El mundo cambió, no hace falta que se los diga. Antes el conocimiento era limitado y de difícil acceso. El que tenía una idea, si era un poco más rápido que su vecino, tenía un diferencial de mercado. Antes la propiedad intelectual, como acto de apropiación de una obra, tenía sentido. Parecía que todo era nuevo, que todo era único, que nadie se inspiraba (en el buen o el mal sentido) en lo que otro había hecho. Esto ya no es más así. Las patentes no son lo que solían ser (aunque en realidad nunca fueron del todo útiles y mucho menos justas, ver Plagios Históricos).

La era del conocimiento (A.K.A. Internet de fácil acceso) hizo que todos los que tienen ganas de hacer algo, tengan la ciencia a alcance de la mano. Hay hacks para lo que queramos y, si bien no está todo inventado, es altamente improbable generar una idea que no colisione con una idea similar (sino igual) en un par de miles de sitios de la Internet. Los desafío a seguir los siguientes cinco pasos: (1) tomen la idea que crean más innovadora, (2) googlen, (3) deprímanse, alguien seguro que ya lo pensó, (4) dejen de llorar, (5) mejórenla, encuentren otros usos, contacten a las personas que ya tuvieron experiencia y colaboren.

Este cambio generó grandes negocios y dejó atrás a otros tantos que eran menos aptos para la evolución humana, darwinismo puro. Contrariamente a lo que se creyó en un primer momento, los nuevos negocios abiertos trajeron más utilidades que los viejos modelos. Cambió la manera de hacer plata con la música, con el cine, con los libros y, así, poco a poco, fue devorando todo lo que tenía que ver con la protección de ideas cerradas, obligándonos a migrar a la era de la colaboración y construcción abierta. El que más dinero gana es el que mejor sabe colaborar, el que sabe poner su conocimiento al servicio de la humanidad. Esto genera un círculo virtuoso en el que hay que saber, hacer y compartir para ganar. Y cada creación dispara un sinfín de nuevas ideas. Una bola de nieve de evolución tecnológica, casi la clave de la singularidad.

Hace unos días la empresa Tesla, de autos eléctricos, decidió liberar todas las patentes. Eso quiere decir que no existe ninguna limitación para acceder a alguna de las creaciones únicas de Tesla y reproducirla o mejorarla para uso propio o, inclusive, comercial. Otro caso es el de Microsoft, otro gran jugador del mundo de “lo cerrado”, quién abrió la posibilidad de adquirir licencias bajo las cuales pone a disposición el código fuente de Windows. Así, las empresas se van descontracturando, van encontrando otra manera de hacer negocios sin privar al mundo del conocimiento que lograron. Logrado, después de todo, en base a conocimiento previo que a esta altura se torna imposible de tracear hacia atrás.

Lejos está esto de quitar mérito, reconocimiento y loas a los inventores. De los locos que crean depende el progreso, parafraseando a Bernard Shaw, pero el mundo de los negocios cada vez hace más foco en reconocer el conocimiento en sí mismo que el producto que ese conocimiento crea. Para ser claro, paga mejor – y es más loable – implementar una buena idea y hacerse consultor en la materia que patentar esa idea y tratar de vivir de regalías.


Plagios Históricos
Más allá de la aceleración de estos cambios de paradigmas, las patentes históricamente no dieron solución a todo. Por ejemplo, la invención de la radio, atribuida a Marconi, fue disputada por Tesla a quién en realidad se le dio la patente en EEUU. Caso similar es el de la patente del teléfono, cuya patente fue registrada por Bell en 1876, pero el primer registro del aparato es de un italiano llamado Meucci quien no pudo patentarla por andar corto de cash. Le faltaban 10 dólares, cuenta la historia. Si venimos un poco más para este siglo, el genio Steve Jobs no inventó el iPod (lamento romper corazones), Kane Krame patentó el dispositivo base en 1979.

Y esto no termina acá, lo mismo pasa con el conocimiento científico. Un error terriblemente repudiable y causal de quedar fuera de todos los congresos es no citar idea de terceros en trabajos de investigación. Se dice que Einstein “olvidó” citar a Lorentz y a Pointcaré en su trabajo sobre la relatividad. También, se comenta que a Newton no lo inspiró la manzana, sino más bien un paper de Hooke que había leído por ahí.

Más allá de estas, y algunas otras tantas, perlitas de la historia de la propiedad intelectual, la humanidad avanza, el iPod es un éxito, Newton y Einstein fueron dos grosos de la física y Tesla tenía razón (¿?). Hoy, tratar de hacer una traza hacia atrás de las ideas o inspiraciones que desembocan en un nuevo producto o hipótesis, se torna tan dificultoso como inútil.



Alejandro J M Repetto
@ajmrepetto